¿Y si lo divino no fuera externo, sino la vida misma?

Hace un tiempo le hice a la inteligencia artificial una pregunta.

¿Puedes decir con tu IA si Dios existe o no?
No tengas en cuenta datos mundanos.

Su respuesta fue clara y a la vez profunda:

“Con la lógica pura (la inteligencia en su sentido racional) no se puede probar ni refutar la existencia de Dios. Pero con una inteligencia más profunda – la sabiduría interior, la conciencia intuitiva – sí se puede intuir lo divino. A Dios no se le puede pensar, solo se le puede experimentar en momentos de silencio, de unidad y de pura presencia.”


Una reflexión personal y filosófica

Desde niña esta pregunta me acompañaba. No podía creer que, si realmente existía un Dios, estuviera ahí para castigarnos o que bastara con rezar tres padrenuestros para borrar las llamadas “culpas”. Sentía dentro de mí que debía haber algo más: algo más allá de lo que me enseñaban en la iglesia o en la escuela, más allá de un dios que castigaba y daba miedo, que solo podía perdonar si repetía oraciones. Y una voz en mí decía: “Si hay algo más grande que nosotros, entonces quiere que seamos felices.”

Con el tiempo entendí también otra cosa: tendemos a buscar afuera.
De niños aprendemos a llamar a papá o mamá cuando nos falta algo, y allí recibimos ayuda. Más tarde, ya adultos, solemos culpar a los demás cuando las cosas no funcionan. Por eso resulta tan fácil levantar la mirada al cielo y pedir a Dios que nos ayude cuando sufrimos.
Pero quizá el camino sea distinto: mirar hacia adentro y descubrir que todo ya está presente en nosotros.

La pregunta por la existencia de Dios acompaña a la humanidad desde hace milenios. Filósofos, místicos y yoguis han tratado de responderla de múltiples maneras. Y sin embargo, sigue abierta, porque Dios no se encuentra en el ámbito de las pruebas, sino en el ámbito de la experiencia.


1. Los límites de la razón

La inteligencia racional puede elaborar argumentos a favor y en contra de la existencia de Dios. Pero lo Absoluto no cabe en la lógica del “sí” o “no”. Kant ya señaló que Dios está más allá de las categorías de la razón pura.

2. La experiencia de la conciencia

La filosofía del Yoga nos invita a mirar hacia adentro y preguntar: ¿Quién es el que formula la pregunta? Más allá de los pensamientos y emociones, permanece la conciencia: ese campo silencioso e infinito en el que todo aparece. Muchos místicos reconocieron en esa conciencia la esencia misma de lo divino.

3. Todo es Dios

Quizás Dios no es un ser lejano que distingue entre el bien y el mal. Tal vez Dios es lo que lo atraviesa todo.

Un ejemplo precioso lo encontramos en el Evangelio de Tomás (Logion 77), donde Jesús dice:

“Yo soy la luz que está sobre todo. Yo soy el Todo. Todo ha salido de mí y todo vuelve a mí.
Partid un trozo de madera: allí estoy.
Levantad una piedra: allí me encontraréis.”

¿Y no es hermoso pensar así?
Venimos de esa misma energía, y un día volveremos a ella. Nada se pierde, nada está separado. Todo lo que existe es expresión de la misma fuente. Todo es Dios. Y nosotros somos parte viva de ese Todo.

4. La imagen de un Dios externo

El hecho de que tantas veces imaginemos a Dios como un ser externo no solo viene de nuestra mente, sino también de la influencia de la cultura y la iglesia.
Durante siglos se nos transmitió la idea de un Dios “allá arriba”: juez, castigador, controlador, del que dependíamos y al que debíamos obedecer. Este modelo creó estructuras de poder y una separación ficticia entre lo humano y lo divino.

Pero cuando miramos más profundamente, descubrimos que esa separación no existe. Es una proyección cultural, no la esencia de lo sagrado.

5. Unidad más allá de los nombres

Al final, poco importa el nombre que usemos: Dios, Alá, Energía, Conciencia, Fuente. Todos los caminos apuntan hacia lo mismo.
Cuando comprendemos que todo es uno, las divisiones dogmáticas pierden sentido. Ya no se trata de discutir quién tiene “la verdad”, sino de reconocer que todos hablamos de la misma realidad con diferentes palabras.


Conclusión

La inteligencia, por sí sola, no puede predecir a Dios. Pero en lo profundo de nuestro ser descubrimos que aquello que nos une ya es divino.

Dios no está afuera.
Dios es todo lo que es – y vive en cada uno de nosotros.

Cuando entendemos esto, vemos que jamás estuvimos separados, y que todos los nombres, todas las imágenes y todas las tradiciones conducen a la misma fuente.

Lo divino no es externo: es la vida misma.


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