Más allá de nuestras historias – de dónde viene nuestra manera de ver el mundo

A veces pensamos que lo que creemos sobre la vida es la verdad.
Que nuestra forma de mirar el mundo es “así”… porque sí.

Pero si nos detenemos de verdad, si respiramos hondo y miramos hacia atrás,
podemos descubrir que nuestra visión no nació de la nada.
Tiene raíces más antiguas y profundas de lo que imaginamos.


El origen: antes de las palabras

Todo comenzó cuando aprendimos a hablar.
Antes del lenguaje, no había etiquetas ni conceptos.
Solo había sensaciones puras: calor, frío, hambre, amor, miedo.
Vivíamos en contacto directo con la experiencia, sin necesidad de explicarla.

Con las palabras apareció algo nuevo:
la capacidad de imaginar lo que no estaba presente,
de contar historias, de dar nombres a lo innombrado.
Y esas historias no siempre nacieron de nosotros,
sino de lo que otros nos dijeron que era “real”.


La crianza: el primer mapa

Nuestros padres, abuelos, hermanos, cuidadores…
cada uno con sus creencias, heridas y esperanzas.
Lo que ellos consideraban “correcto” o “incorrecto”
empezó a moldear nuestro mapa interno.
Y no solo con palabras, sino también con gestos, silencios y miradas.


La escuela: aprender a encajar

Con la escuela llegó un sistema que nos enseñó a pensar de una manera específica,
a repetir respuestas ya establecidas,
a valorar ciertos logros por encima de otros.
Mientras aprendíamos matemáticas o geografía,
también aprendíamos –sin darnos cuenta–
qué se espera de nosotros para “encajar” en la sociedad.


Los medios: la voz de la multitud

Libros, películas, noticias, redes sociales…
Cada imagen, cada historia repetida mil veces
se va acumulando como gotas de agua que, con el tiempo,
terminan moldeando la roca de nuestra mente.

Y así, sin darnos cuenta, empezamos a vivir dentro de un relato.
Un relato hecho de voces ajenas,
mezclado con pedacitos de nuestras propias vivencias.


El yoga: comprender la mente

En la filosofía del yoga, a este flujo de pensamientos, recuerdos y proyecciones
se le llama citta-vṛtti: movimientos constantes de la mente.
Y a las huellas que dejan las experiencias repetidas, saṃskāras.
Son como filtros de colores que tiñen todo lo que vemos e interpretamos.

Por eso, muchas veces no vemos la realidad tal como es,
sino a través del cristal de nuestras creencias, heridas y expectativas.
Y lo llamamos “verdad”.

Patañjali, en sus Yoga Sūtras, nos recuerda que la mente alcanza claridad
cuando logramos estar libres de todas las cosmovisiones y opiniones.
Es decir, cuando ya no miramos el mundo a través de las gafas del “correcto/incorrecto”,
del “esto es bueno, esto es malo”,
sino que nos abrimos a la experiencia directa, sin etiquetas.
Entonces, lo real se muestra tal como es, sin distorsiones.


El despertar: más allá del relato

Pero llega un momento –quizás en medio de una crisis, un viaje,
o incluso una simple conversación–
en el que algo dentro de nosotros se abre.

Nos damos cuenta de que podemos mirar más allá de los límites de nuestro plato.
Que no todo lo que nos enseñaron es exacto.
Que algunas ideas que defendimos toda la vida
ni siquiera nacieron de nosotros.

Despertar no es cambiar de opinión.
Es ir más allá de la opinión.
Es atrevernos a quedarnos en silencio,
a sentir el cuerpo sin interpretarlo,
a observar los pensamientos como nubes que pasan…
y descubrir que somos algo más amplio que nuestras historias.


La invitación

Quizás la invitación de hoy sea esta:
mirar nuestras creencias con suavidad,
y preguntarnos:

¿Esto que pienso nace de mi experiencia viva?
¿O es el eco de voces que me formaron?

Porque cuando dejamos de confundir el eco con nuestra propia voz,
empieza la verdadera libertad.

Y entonces, poco a poco,
dejamos de vivir encerrados en un relato…
para volver a la vida tal como es.


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