La mente humana es una de las herramientas más poderosas que poseemos. Nos permite imaginar, crear, recordar, anticipar y aprender. Pero también puede atraparnos en un ciclo constante de pensamientos y emociones que a veces nos alejan de la realidad del momento presente.
El nacimiento del pensamiento: del instinto al lenguaje
Durante millones de años, nuestros ancestros vivieron principalmente guiados por los instintos: buscar alimento, protegerse, reproducirse. La mente estaba enfocada en sobrevivir. Con la evolución del lenguaje apareció algo revolucionario: la capacidad de nombrar las cosas, compartir experiencias y transmitir conocimientos.
Cuando decimos palmera, aunque no haya ninguna frente a nosotros, nuestra mente evoca la imagen. El cerebro activa las mismas áreas visuales que cuando vemos una palmera real (esto lo confirman estudios de neurociencia con resonancia magnética funcional). Es decir, la mente no distingue con claridad entre lo real y lo imaginado.
Los circuitos de la emoción
Lo mismo ocurre con los sentimientos. Si vemos a unos cachorros jugando, nuestro cerebro activa circuitos de placer y ternura. Pero si en el pasado tuvimos una mala experiencia con un perro, el mismo estímulo puede activar la amígdala, generando miedo o rechazo.
Esto significa que nuestra mente no reacciona solo al presente, sino al presente teñido por las huellas del pasado (saṃskāras en el yoga).
La función principal de la mente: proteger
La tarea primordial de la mente no es hacernos felices, sino mantenernos a salvo. Detecta posibles peligros incluso cuando no existen. Esta hipervigilancia viene de tiempos ancestrales: si había un sonido extraño en la selva, más valía asumir lo peor para sobrevivir.
Hoy en día, ese mismo mecanismo se activa con un correo sin responder, una mirada extraña o una publicación en redes sociales. La mente percibe amenaza y dispara pensamientos de alerta.
La avalancha de pensamientos
Diversos estudios calculan que tenemos entre 60.000 y 80.000 pensamientos al día. De ellos:
- alrededor del 95% son automáticos e involuntarios,
- y más del 70–80% tienden a ser negativos (porque el cerebro está sesgado hacia la detección de riesgos, lo que se conoce como sesgo de negatividad).
Esto significa que, sin darnos cuenta, podemos estar generando entre 45.000 y 60.000 pensamientos negativos involuntarios al día.
Ejemplos cotidianos
- Estás esperando una respuesta de alguien. La mente empieza: “Seguro no le interesa… quizá hice algo mal… tal vez ya no me quiere en el proyecto…”. Ninguna de esas ideas es un hecho; son proyecciones.
- Al caminar de noche y oír un ruido, el cuerpo se tensa antes de confirmar si es un gato o el viento. Es la mente anticipando peligro.
- Cuando piensas en una conversación incómoda del pasado y sientes otra vez vergüenza o enojo, tu cuerpo reacciona como si estuviera ocurriendo ahora.
La visión del yoga y la ciencia
En los Yoga Sūtras, Patanjali llamó a este flujo incesante citta-vṛtti —movimientos de la mente—. La neurociencia moderna lo describe como la Red por Defecto (Default Mode Network), un sistema que se activa cuando no estamos enfocados y que nos lleva a rumiaciones y narrativas internas.
Ambas visiones coinciden en algo: la mente no se detiene sola.
¿Qué podemos hacer?
No se trata de luchar contra los pensamientos, sino de reconocerlos por lo que son:
- Eventos mentales pasajeros, no verdades absolutas.
- Narraciones, no realidad.
Prácticas como la meditación, la respiración consciente y el yoga ayudan a reducir la hiperactividad mental y a crear espacio entre estímulo y reacción. Estudios científicos muestran que la meditación regular disminuye la actividad de la amígdala y fortalece la corteza prefrontal, aumentando la capacidad de autorregulación emocional.
En resumen
Nuestra mente es un filtro: mezcla recuerdos, creencias, miedos y deseos, y los proyecta sobre la realidad.
No siempre vemos lo que es, sino lo que nuestra mente interpreta.
La invitación es esta:
- Observar nuestros pensamientos con suavidad,
- no identificarnos con cada idea,
- y recordar que somos más que nuestra mente.
Porque cuando dejamos de confundir la voz mental con nuestra verdadera esencia, empieza el verdadero descanso interior.
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