El proceso espiritual no es la filosofía


«El proceso es espiritual, no la filosofía».

Y cuanto más dejo que esas palabras resuenen en mí, más siento su verdad.
Porque la filosofía por sí sola no transforma. Se pueden leer mil libros, discutir sin fin, pasar de un curso a otro… y aun así seguir atrapados en lo mismo, mientras no reconozcamos quiénes somos en realidad.

Yo misma lo viví. Una amiga y yo corríamos de maestro en maestro, absorbiendo todo lo que encontrábamos, con la esperanza de que, al fin, llegara la felicidad. Pero todo ese conocimiento, todas esas prácticas, nunca nos dieron plenitud verdadera.

El punto de inflexión llegó cuando estuve dispuesta a soltar las imágenes.
Hasta que encontré a mi maestro, yo también pensaba que el yoga era lo que se muestra hacia afuera:
Que había que ser vegano.
Que había que doblar el cuerpo hasta el extremo.
Que había que estar siempre alegre y en equilibrio.

Tantas imágenes, tantas creencias sobre lo que “debe” ser un yogui…

Debemos liberarnos de todas las concepciones del mundo —porque la realidad no es lo que creemos o pensamos, sino lo que experimentamos en lo más profundo de nuestro ser.

Y aquí hay algo más: los seres humanos siempre esperamos que algo suceda desde afuera. Que un maestro nos cambie, que un curso nos despierte, que un milagro nos transforme.
Pero la verdad es que nada llega de afuera si no estás dispuesto a entrar tú mismo hacia adentro.

Yoga significa desprenderse de lo externo.
De los roles, de las expectativas, de las imágenes.
Yoga es aceptar el mundo tal como es, sin deformarlo a través del filtro de nuestras ideas.

Y precisamente en esa claridad comienza la libertad.
No cuando hayas leído lo “suficiente”.
No cuando hayas practicado lo “suficiente”.
Sino cuando reconoces:
No soy la imagen que otros tienen de mí.
No soy mis pensamientos.
No soy mi papel en el mundo.

Yo soy.


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